Viajes


RECORRIENDO EL PERÚ A PIE

A mis diecisiete años, con cuatro de Caminos del Inka encima, decidí volver desde Machupicchu, hasta mi querido Cusco, caminando, los 120 km. El viaje, que en tren son cinco horas, me tomó caminar dos días enteros. Confieso que el viaje no fue fácil, puesto que el recorrido fue sobre los mismos rieles del tren.

De vuelta a casa, forcé a mis padres por un permiso de viaje al sur de mi ciudad. Los primeros 10 km, viajé en microbús; para el resto del tramo, estaba solo, sin colectivos ni “jaladitas”. Decidí, entonces, retomar la caminata que tanto me había gustado. A medida que mis pasos se alejaban, la pasión por caminar se fortalecía. La fiesta de las cruces a la que asistía me retuvo un par de días, y al término de esta, alguien narró que el pueblo siguiente mantenía costumbres vivas como antaño gozaban nuestros abuelos. Entonces, me dirigí hacia allá; y es así, que comencé a viajar fiesta tras fiesta; caminando. De esta forma, recorrí los primeros pueblos de mis diecisiete años. Me hice, entonces, capitán de mis pasos y enrumbé hacia la ciudad de Arequipa. Mis primeras noches en el camino, eran acogidas por puestos policiales y centros de salud. Así llegué a Sicuani y Espinar en Cusco; Condoroma y Viscachani en Arequipa. En la puna, llovía todos los días. Andaba mojado por varias horas; sin refugio y con escasa comida; hasta llegar a Arequipa, donde gocé de un generoso sol. Bordeando las playas del sur, camino mil nuevos km hasta la ciudad de Lima. Dibujando y fotografiando su entorno. Disfrutando y compartiendo con cada uno de mis nuevos amigos.

De vuelta en Cusco, estudio la posibilidad de emprender un nuevo viaje, y junto a una cámara fotográfica, tomó la decisión de recorrer íntegramente mi país; caminar de pueblo en pueblo, y descubrir sus costumbres y tradiciones. No pasó mucho tiempo hasta el día de mi partida. Mi familia y amigos escoltaron mi viaje hasta alejarme de mi tierra. Mi primera noche fue en el pueblo de Izcuchaca, a 40 km de Cusco. Estrenando cuaderno nuevo, escribo relatos vividos día a día. A Abancay llegue luego de 4 días caminando. En el camino desayuné leche de vaca recién ordeñada con papa nativa. De Abancay me despidieron muchos curiosos. En Ayacucho di mi primera conferencia y con ello, recibí mi primer beso en camino. Más adelante, un grupo de insurgentes, armados, me llevaron hasta una quebrada y me interrogaron; hacían preguntas mientras revisaban mi equipaje. Pasó unas horas y me soltaron. Pasando Chumbes, alguien me advirtió de los ronderos y me los encontré, en la oscuridad de la noche, andaban de a dos y armados; me saludaron en quechua y respondí. Habrán confundido mi bastón con un rifle, y mi quechua, como a uno de ellos. En Huancavelica me perdí; dormí en el monte, desperté frío y con hambre; seguí caminando, alguien apareció y me ofreció maíz tostado y queso. Por la noche, corrí, entre matorrales y pencas, hasta llegar al pueblo de La Mejorada donde tomé limonada de miel, donde sacie mi sed y descansé.

La Mejorada, caminé siguiendo los rieles del tren, a medio camino atravesé un túnel de 1 km de distancia. A Huancayo llegué luego de caminar 52 km; fue el día más cansado, puesto que, normalmente por día camino 20 a 30 km, recorridos entre 4 a 6 hs. En La Concepción, un camión se estrelló con un auto, y al dar este vueltas, me golpeó y me mandó metros atrás; nadie murió, pero volví a Huancayo cojeando. En la Oroya, me encontré con el compañero de colegio de mi padre. Una televisora me dio la exclusiva. En mi partida, jóvenes y niños escoltaban mi camino; todos ofreciendo algo: un escapulario, una gaseosa, comida al paso y muchos besos y deseos. Así caminé hasta Ticlio, donde alguien me ofreció mate de la zona. En Morococha pedí una cena; me atendieron mal, hasta que el noticiero de la noche, anunció mi pronta llegada a Lima; la dueña y los comensales, entonces, al reconocerme en su pensión, me invadían con preguntas. Por la noche, los cuatro hombres quienes me acogieron en su habitación, terminaron siendo miembros de la banda los “Destructores”. Eso lo supe cuando llegó la policía. Mi llegada a Lima no pasó de ser una visita. El mes que me detuve, visité a Jaime Bayly y otros programas mediáticos. De Pativilca doble hacía la Cordillera Blanca. En Conococha me desmayé y desperté en un campamento. En la cama vecina, un ingeniero y la cocinera, no advirtieron mi presencia y dieron rienda suelta al amor. En Huaraz, me enamoré. De Huaraz no quería moverme y con ella viajé. En Carhuaz me despedí y en un apagón la besé. A pocos kilómetros de Caraz, empiezan sucesivos túneles que recorren junto al río Santa hasta llegar a la hidroeléctrica del Cañón del Pato. Al día siguiente visité el pueblo de Huallanca, pequeño pero encantador. De ahí, siguiendo el curso del río, llegué nuevamente a orillas del mar, a Chimbote.

El Viaje al norte representa para mí, el mejor lugar para visitar, por sus playas, la comida y su gente. A Trujillo vino mi padre y no me encontró. Volví a Lima para verlo. Quería despedirse por que sentía que su cuerpo no daba más. Estaba enfermo. En un diario de Chiclayo aparecí en primera página. En Chulucanas trabajé la cerámica. En Piura ofrecí dos conferencias. En Paita, navegamos mar adentro en busca de tiburones. En Tumbes fui recibido por la banda de músicos de la policía nacional e icé la bandera del domingo. En Zarumilla me alojé en casa del alcalde. En Ecuador descubrí, que paso a paso, había llegado a mi meta. Había conseguido unir pueblo tras pueblo. Había trazado una línea, donde no existía fronteras, y donde todos, éramos parte de una misma historia.

Mi historia no termina ahí. Para volver a mi terruño, decidí hacerlo recorriendo los Andes. Así visité al cautivo de Ayabaca en Piura. Disfruté de los Baños del Inca en Cajamarca. Visité la tierra de Cesar Vallejo en Huamachuco. Conocí Cerro de Pasco. De Tarma me traje el delicioso manjar blanco.

A Cusco volví luego de un año. Gocé de mi padre sus últimos años de vida. Con su partida, llegó la alegría de mi hijo. Un año después, emprendí un nuevo viaje, la vuelta al Lago Titicaca, con sus hermosas aves, cada cual poseedora de una leyenda ligada al quehacer cotidiano; el chihuaco, marca el inicio de ciertas labores en la faena; al azar o “marianito suerte” hay que saludarlo, trae buena fortuna para la siembra. En la cima del volcán K’apia, un hallazgo me llamo la atención en particular, un hombre tirado en el suelo boca arriba, había sido sacrificado; esto dio inicio a una investigación sin fin. Según cuentan, cada mes se realiza un sacrificio humano, el oficiante recibe el nombre de Cucho y el de mayor credo es el señor Larico. En Charcas encontré un castillo al medioevo, donde descansé unos días. Hasta ahí llegaba el retumbar de los tambores y las voces doradas de las trompetas. Era el 3 de Mayo, la fiesta de las Cruces y también el final de mi recorrido. Pensé que ese clamor festivo era por mi llegada, pero pasé desapercibido. Ellos preparaban su fiesta y yo, continuaba con el fin de mi travesía.

Hace dos años recorrí la Carretera Interoceánica hasta el vecino país de Brasil. En la actualidad, trabajo en la logística para una nueva expedición. Seguir la ruta trazada por Paul Marcoy, francés, quien, en 1840 recorrió el curso del río Amazonas hasta su desembocadura en el Océano Atlántico. Estos viajes, al que dediqué mi vida, son el fruto de la persona quien ahora soy, y con ello, mi deseo es pertenecer al staff de National Geografic, y seguir viajando para traer al mundo, mas historias sobre lugares inhóspitos, como fotografías de lo cotidiano en tierras privilegiadas.

El sustento ha dicho relato, son innumerables fotografías. Reportajes en diferentes diarios y revistas, unos cuantos libros. Artículos publicados en diferentes medios impresos, y mi bitácora, donde se puede leer porque para mí, el tiempo vale más que el dinero.


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